
Katy, la garota del dulce: una cucharada de tradición con sabor a Caribe
A veces vestida de fantasía y con un frasco de dulce en la mano, Shirly Salgado -conocida como "Katy Puloy"- ha convertido la tradición del dulce en Semana Santa en una experiencia artística.
El aroma a coco recién rallado, papaya verde y leña quemada flota en el aire como un recuerdo de infancia, colándose entre vitrinas de lujo y escaleras eléctricas que la transportan hacia un sitio donde endulza el paladar de sus clientes.
Allí, en medio del bullicio del Mall Plaza Buenavista, la encuentras a ella como un personaje salido de una obra de teatro tropical: curvas firmes, piel de ébano y sonrisa que contagia felicidad. Es Katy Puloy —o, mejor dicho, Shirly Salgado Valdés—, una artista del arte dramático que ocasionalmente cambia el escenario por la cocina, sin renunciar al espectáculo.
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A veces lleva turbante, a veces lentejuelas, y otras veces, cuando quiere romper la rutina, se enfunda en un traje de fantasía que mezcla la coquetería de la Negrita Puloy con la elegancia de una garota brasileña. Pero, más allá de las plumas, tacones y lentejuelas, hay algo que brilla aún más: sus frascos de vidrio, adornados con letras grandes y coloridas que dicen "La Koká de Katy". Dentro, se esconde una cucharada de memoria, una receta heredada y una fiesta de sabores.

“La Koká de Katy”, como ha bautizado a su emprendimiento, más que una marca, es una experiencia con sello propio. Aquí no sólo se vende dulces, se venden cucharadas de infancia que son servidas con un cuento, una sonrisa, y una experiencia inolvidable.
Entre Palenque y Curramba: la raíz doble de una artista
Shirly nació en Barranquilla, pero lleva a Palenque en la sangre. Sus abuelos son de ese territorio cimarrón, rebelde y ancestral, y sus padres barranquilleros, por eso habla con esa mezcla única de sabor y fuerza, como quien cocina con la sabiduría de las matronas y baila con la alegría de las reinas del Carnaval.
“Yo crecí con esa pasión ciega por ese disfraz insignia del Carnaval, que es la Negrita Puloy”, contó con orgullo a Zona Cero. “De niña, yo era Katy la que cocinaba en el día y bailaba disfrazada en la noche. Ahí nació esa mezcla entre la cocina y el Carnaval. Por eso mi nombre artístico es Katy Puloy. Aquí están viendo mi Koká, la Koká de Katy. Esa pasión es el resultado de ser barranquillera, palenquera y emprendedora”.
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Mientras otros niños jugaban en la calle, Shirly se quedaba pegada al fogón de leña, observando el ritual de su abuela con los sentidos bien abiertos: la textura de la fruta pelada, el crujir del coco al rallarse y el burbujeo del melao en la olla.
“Esto es de toda la vida”, recordó “Yo no salía a jugar, yo me quedaba viendo cómo mi abuelita cocinaba. De ahí nació mi pasión. Amo cocinar”.

Ese amor, sin embargo, no se quedó en lo íntimo del hogar. Shirly soñaba con hacer de su pasión un negocio.
“Siempre soñé con materializar la "Koká de Katy". Hace seis años quería llegar a este centro comercial, pero no lo lograba. El año pasado me dije: ‘Este año sí o sí debo lograrlo porque ya no tengo más oportunidades’, y lo logré, les demostré que sí podía”, dijo.
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Más que dulces, una experiencia sensorial
Para Shirly, "La Koká de Katy" no se trata solo de vender un dulce. Se trata de contar una historia con cada cucharada. “Siempre quise que mi público viviera una experiencia. Que llegaran, probaran, y además conversaran conmigo, que yo les contara por qué vendo mis productos así, por qué mis frascos son carnavaleros. No se trata de vender, se trata de compartir una tradición”.

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Los recipientes de madera y vidrio están decorados con imágenes del Carnaval de Barranquilla: toritos, tigres y por supuesto, la infaltable negrita puloy. Pero la verdadera explosión de sabor viene con cada dulce.
Hay uno que jamás falta: el Mongomongo, una bomba de sabor hecha con guayaba, mango, papaya, coco, piña, mamey y plátano.
“Ese es infaltable. También el dulce de ñame, el de guandú, el de papa, el de papaya y el de coco con piña”, enumera como quien recita una letanía sagrada. “Está el cocoleche, la jalea de tamarindo, el de ciruela… son muchos sabores, pero todos con historia”.

Ahora, en plena Semana Santa, cada dulce es un fragmento del Caribe que ella protege como si fuera un bien sagrado. Y si alguien le dice: “Esto me sabe a lo que hacía mi abuela”, Katy sonríe con el alma. “Para mí esto es como el Carnaval, porque es mostrar nuestra tradición y que no muera, es lo máximo”.
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Garota, emprendedora y símbolo de empoderamiento
Shirly no solo endulza paladares, también rompe esquemas. A veces aparece vestida como garota, con lentejuelas y tacones, transformando la venta de dulces en un acto performático.
“Fue en carnavales, me vine a tomar Buenavista y fue buenísimo. Todo el mundo decía ‘tú eres la garota que vendía dulces’ e iban a comprarme. Fue algo bacano”, afirmó con mucha alegría.

Más allá de la estética, su presencia es un mensaje de empoderamiento. “Quiero que todas las chicas que están empezando un proceso sepan que sí se puede. Solo es cuestión de enfocarte. Si tú te enfocas, lo logras. Yo soy prueba de eso”.
En ese sentido, para muchos de sus clientes, "Katy Puloy" no es solo una mujer vendiendo dulces en Semana Santa. Es una artista cocinera, una contadora de historias, una heredera de tradiciones y una estratega del marketing emocional. En sus frascos no hay solo sabores: hay memorias, luchas, sueños y una poderosa identidad que no se diluye ni con la llama ardiente de un fogón.
